Un día llega Mikel del colegio y me dice que necesita cien fichas bibliográficas.
Llevaba una temporada que estaba haciendo dibujos de Pokémon (es súper, mega fan); usaba las tarjetas para dibujar cada personaje de esa caricatura. No me extrañó demasiado al principio.
Lo extraño fue cuando, a los pocos días, me pidió otras cien. Y días después, otra vez.
Así que creí que era el momento indicado de preguntar qué onda. Me explicó que había llevado sus primeros dibujos al colegio para mostrárselos a sus compañeros y que ellos le habían pedido que les hiciera para ellos también.
Hasta aquí, todo bien.
La cosa se complicó cuando le comenté que se me hacían muchos dibujos (200 tarjetas en cuestión de días) y él, con singular alegría, me dijo que no me preocupara que no estaba regalando su tiempo… lo estaba vendiendo.
Tenía una libreta donde apuntaba los nombres de sus clientes, sus pedidos, su total y los abonos que le iban dando. Después ponía “pagado y entregado”. Todo un enano emprendedor.
Mi cara de sorpresa debió ser única ja ja ja
Poniendo en contexto, el colegio no permite la compra-venta de nada entre los alumnos. Así que mi cara debió haber sido una mezcla entre orgullo y preocupación.
¿Qué se hace en estos casos?
Entiendo la postura de los colegios en este sentido, se puede prestar a que algunos niños se pasen de listos a la hora de vender y que algunos, más ingenuos, paguen de más por algo que quizá no sea de ese valor.
Pero también es cierto que, nos guste o no, vivimos en un mundo en donde el dinero es importante para sobrevivir y que, a la larga, todos somos negociantes, todos compramos o vendemos algo, sea producto o servicio.
Teníamos entonces una complicación…
¿Le aplaudo su iniciativa de generar ingresos con su trabajo o lo regaño porque está rompiendo las reglas del colegio?
Siendo totalmente honesta, hice ambas cosas, pero con sus acotaciones.
Lo primero que le dije es que estaba muy bien que cobrara por su trabajo, es su tiempo y su habilidad para dibujar lo que hacía que esos dibujos fueran especiales para sus compañeros. Además, que me daba mucho gusto que no abusara de eso, que cobrara lo “justo” por esos trabajos.
Enanos emprendedores y los colegios
Pero, con respecto al colegio, lo primero que me vino a la mente decirle y se lo dije porque eso siento, es que no dejara que lo atraparan.
Sí ya sé que eso no era lo que “debí” haber dicho, pero era mi sentir. Después le aclare que el colegio tiene reglas por alguna razón, no nada más por joder. Que intentara hacer esos tratos fuera del colegio, es decir, por las tardes manejar los pedidos y el proceso de intercambio lo hiciera en la salida.
Los colegios y sus actividades
Todo esto me hizo pensar que, hoy en día, los colegios deberían incluir alguna clase o actividad que incentivara este tipo de ideas.
Los niños son increíblemente ingeniosos (y estas generaciones vienen con otro chip, nosotros vamos y ellos ya dieron dos vueltas) y sería genial que se intentara potenciar las habilidades de cada niño.
Está bien la cultura general, es básica, en mi opinión. Pero siento que hay otras áreas, en estos días, que podrían ser tomadas en cuenta a la hora de la educación de nuestros enanos.
Al final, dejó de hacer los dibujos. Los años pasan y, en consecuencia los enanos cambian de gustos. Mikel sigue siendo fan de Pokémon, pero el negocio (que en su momento dejó ganancias) tuvo su ciclo y ya terminó.