Después de todo, así es; no todo ha sido tan malo al pasar la cuarentena trabajando en casa.
Claro que yo te hablo desde la perspectiva de una mujer viviendo en el cuarto piso, con enanos en la universidad y la secundaria, sumado al trabajo en casa, pero desde antes de esta situación.
Hace más de seis años que decidí emprender en internet, dedicarme a hacer piezas hechas con puntillismo, cáscara de huevos de gallina y macramé para vender de forma on line.
Así que cuando nos llegó la situación de la pandemia y tener que quedarnos en casa a trabajar no fue lo que más me movió el tapete en mi caso.
A mí lo que más me afectó fue el colegio en línea, me desbordó por muchas razones que te conté la semana pasada, puede leerlo aquí si no lo has hecho.
Pero también es cierto que ese mismo hecho me movió toda mi «supuesta» organización. Yo ya tenía claro que las mañanas eran absolutamente mías, en todos los sentidos. Digamos que yo decidía a qué dedicaba mis mañanas porque contaba con mi tiempo y con el internet para mí solita.
Ahora, la cuarentena trabajando es casa con los enanos es otra cosa
El wi fi se reparte y sabemos que no se reparte mucho, el aparato más potente jala más señal, así que cuando tienes dos enanos, con clases en línea o jugando en sus consolas, el wi fi falla en potencia para la mujer del 4to piso intentando subir unas fotos o escribir un post.
Como dije antes, no todo es tan malo. Una vez que agarras la onda, todo parece más sencillo o, por lo menos, te adaptas a lo que hay. Siempre es más sencillo adaptarse que ir nadando contra corriente.
Mis propósitos de año nuevo
Hace años que no hago propósitos de año nuevo, tú y yo sabemos que rara vez se cumplen y lo único que nos generan son sentimientos de culpa por no ser «capaces» de hacerlos, por no tener suficiente fuerza de voluntad o lo que sea.
La verdad es que este año me propuse solo una cosa: ¡ser feliz!
Me costó un huevo y la mitad del otro ponerme a la tarea de cumplirlo; a pesar de ser solo uno, parecía (en un principio) el más difícil de los propósitos que podía haberme puesto; pero no fue así.
Al inicio me costó bastante porque no encontraba lo que me impulsara a ser feliz, hasta que entendí, realmente, que la felicidad no es un objetivo, es un camino, es una forma de vida.
Así que empecé a sonreír, literalmente, sólo porque sí. A veces, llegué a sentirme un poco tonta, pero tengo que reconocer que eso fue lo que me hizo enfocarme más en lo que de verdad quiero y lo que no quiero; a hacer las cosas por gusto, pero sobre todo, aceptar que hay cosas que yo no puedo controlar y que no tengo que saberlo todo.
Me di permiso de fallar, de equivocarme para poder aprender
Así de fácil como se oye, se logra. Cada día me levanto con la ilusión de hacer algo, pero ya no me importa el qué. Es decir, soy feliz sólo porque sí y haga lo que haga o lo que «tenga» que hacer lo hago en ese estado.
Aprendí un montón de cosas dejando de lado el perfeccionismo y el sentido de tener que cumplir o caer bien; ahora hago las cosas por convicción y eso abrió mi mente a conocimientos a los que me negaba adquirir por miedo a no ser capaz o a no cumplir expectativas… a no hacerlo bien.
Quizás no esté haciendo las cosas bien, según algunos, pero de lo que sí estoy segura es que las estoy haciendo porque quiero y como quiero y eso me permite vivir tranquila y en paz conmigo misma.
Ya no lucho contra mí todos los días.
Esta cuarentena trabajando en casa me ha permitido conocerme realmente, volver a mi origen, aceptarme tal como soy cada día (con arrugas, panza, etc.) y amarme profundamente.
Ya no me importa ni me preocupa el qué dirán, hoy sólo me importa hacer las cosas bien para mí, sin lastimar a nadie, pero sin esperar nada de nadie.